En el siglo XVIII existió, en la provincia de Buenos Aires, un caballo hermoso y de porte desafiante. Más grande que ninguno, corría a toda velocidad por los campos mientras sus crines coloradas jugaban con el viento. En medio de su pelaje, a la altura del vientre, el rojizo pelaje se convertía en blanco formando una braga, detalle por el cual los campesinos comenzaron a llamarlo “Bragado”.
Los soldados de la zona deseaban ser los dueños del potro, quien lo poseyera, tendría una victoria asegurada en cualquier batalla porque era el más rápido que jamás habían visto. Los gauchos lo querían para usarlo de semental y conseguir así, la reproducción de tan maravilloso ejemplar. Pero Bragado no quería ni las luchas ni las crías, no se dejaba atrapar. Corría sobre el pasto, se abalanzaba con todas su fuerzas ante quién buscara enlazarlo.
Una tarde de otoño, cuando el sol ya se escondía, nueve soldados lograron acorralarlo en la barranca de la laguna mientras el potro salvaje hacía un intento por beber de sus aguas. Trató de escapar por un costado, por el otro, hacia el norte y hacia el sur, pero el esfuerzo parecía inútil, el pobre Bragado se convertiría en un esclavo, se convertiría en un caballito de guerra. Desesperado por perder su libertad, y cuando sus captores creyeron que lo tenían firmemente atado, el potro se arrojó desde lo alto de la barranca prefiriendo morir.
Al verlo saltar, los soldados quedaron absortos y uno de ellos enunció: "Potro Bragado, como nosotros, preferís la muerte antes que perder tu libertad. Desde ahora esta laguna llevará tu nombre", y así se hizo en 1776. Años después, el Coronel Eugenio del Busto, puso ese nombre a la ciudad que fundó a las orillas de aquella mítica laguna. Hoy, por sus sueños de libertad y su coraje, el potro Bragado está eternizado en el escudo que identifica al Municipio. Cada año, en los primeros días de octubre, la ciudad celebra la Fiesta Provincial del Caballo en su honor.
El cuerpo del animal jamás fue encontrado pero muchos habitantes de la ciudad, y los pescadores que pasan largas tardes en la laguna, aseguran que cuando cae el sol puede escucharse el rápido galopar del caballo que relincha con el viento.
El caballo blanco
En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía:
- Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?
Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo. Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo:
- Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!.
- No vayáis tan lejos -dijo el viejo-. Simplemente decid que el caballo no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?.
La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no solo eso sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes.
El instinto noble del caballo
Una batalla se disputaba en mitad del campo. En ella, cientos de militares guerreaban con sus caballos y galopaban furiosamente hacia el contrincante con la espada en alto.
En esto, dos de los jinetes de bandos contrarios se embistieron y uno de ellos cayó estrepitosamente al suelo. El otro al verlo en el suelo indefenso bajó de su animal, pero no para ayudarle, no; se disponía a clavarle la espada profundamente en el pecho para provocarle una lenta y sufrida muerte.
Fue en eso que, el caballo del hombre que estaba a punto de morir, aterrorizado galopó hacia ellos con gran rapidez antes de que su amo muriese. Pero no llegó a tiempo, la espada de aquel malvado hombre fue clavada en el pecho del otro, pero antes de que pudiese matarle del todo, el caballo se abalanzó sobre él y levantó sus patas delanteras relinchando con furia para atemorizarle y hacerle marchar.
El caballo, horrorizado al ver a su amo agonizando lentamente solo supo hacer una cosa; se tumbó en el suelo y relinchó para que su jinete subiera sobre él y en mitad de la batalla se fue galopando hasta el campamento para que pudieran curarle.
Cuando su amo se recuperó cogió a su caballo y se alejó de aquel lugar de guerra mientras decía: "Un animal tan noble y fiel, que me ha salvado la vida y no se ha separado de mí no merece vivir el tormento de presenciar una batalla, ni yo soy capaz de arriesgar su vida. Amigo mío, te llevaré a un lugar de paz donde podamos galopar juntos y libres y no volver a luchar, porque no pienso dejar que te maten."
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